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sábado, 20 de octubre de 2012

Osvaldo Miranda (1915 – 2011)


 La noticia me puso triste. A los 95 años te fuiste, luego de una vida plena. Eras alguien a quien no sólo admiraba, sino a quien también quería mucho. Y que un artista provoque ambas cosas, no es tan frecuente.
La noticia no tuvo demasiado lugar en los medios televisivos, salvo en los noticieros. Estaban demasiado ocupados en el video clandestino de una mala actriz besándose con un ex funcionario; en un grupo de personas obesas subiéndose a una balanza para ver cuantos gramos habían bajado hoy, o en un grupo de chicos y chicas veinteañeros y lindos hablando de lo que pasa adentro de una casa luego de estar varios meses encerrados, haciendo nada.
Es que hablar de vos es hablar de alguien que empezó de abajo, es hablar de 75 años de carrera artística, es hablar de un “dandy”, un “prototipo del porteño”, algo que está muy lejos de la globalización que hoy padecemos.
Eras la expresión de aquello que vamos dejando cada día más atrás: el talento, el esfuerzo, la trayectoria, la identidad, una forma de vivir, nuestra historia.
Compartiste tu vida y tu carrera con nombres que hoy son leyenda: Florencio Parravicini, Niní Marshall, y tantos otros cuyos nombres en bronce denominan una calle, un teatro o algo más. Estuviste con otra leyenda en los últimos instantes de su vida: Enrique Santos Discépolo, de quien decías que era “Un poco mi padre, un poco mi hijo, un poco mi hermano”.
Eras radical “Pero radical de Irigoyen”, decías.
Fuiste uno de los mejores comediantes que tuvimos; ojalá muchos actores jóvenes vean tus trabajos, son una verdadera enseñanza, tan aprovechable como una clase de teatro. Tu estilo, tu carisma, tu manejo de los tiempos en la comedia, tus matices, tus expresiones, son una lección para todo actor.
Durante gran parte de tu carrera no fuiste “cabeza de compañía”, como se decía antes, pero quizás por esa misma humildad te mantuviste vigente durante tantos años. He escuchado palabras muy afectuosas de gente que te admira, así que se ve que hiciste las cosas bien.
Eras elegante, ocurrente, tanto dentro como fuera del escenario. Tenías ese humor inteligente, sutil, que hoy no es fácil encontrar, haciendo comentarios como:
-     “Yo no sé por qué la gente ahora anda por la calle con esos bolsos tan grandes, que hay que esquivar, sino te tumban. Yo les pregunto: “Perdón, ¿está de mudanza? O me dan ganas de decirles: “La próxima vez que piense en salir a la calle con un bolso así, piense en su madre; que en eso, no lo voy a dejar solo.”
-     “La primera vez que aparecí en un programa de teatro, lo único que había debajo de mi nombre era el nombre de la imprenta.”
Persona o personaje, no lo sé ni importa: tu arte estaba siempre presente.
El grupo "Miranda" se llama así en honor a vos; buscaban un nombre que fuera sinónimo de elegancia y distinción y eligieron el tuyo.

Si bien me queda pendiente el sueño de compartir una charla con vos, pude conocerte cuando viniste a Rosario hace 13 años con una obra de teatro. Saliste del teatro El Circulo y enseguida cruzaste a un teléfono público que estaba frente al teatro para llamar a Amelia, tu mujer, y contarle cómo te había ido en la función.
Aquel momento inolvidable para mí quedó reflejado en una foto que me saqué con vos. Y si bien en ella me cortaron la mitad de la cabeza –riesgos que corremos los altos- sigue siendo un hermoso recuerdo. Aquella mano que me animé a poner sobre tu hombro para la foto, todavía recuerdo el momento. Al igual que con Niní, cada vez que viajé a Buenos Aires pensaba en vos. Hace 3 meses, habiéndome enterado por casualidad de tu dirección exacta, pasé varias veces frente a tu casa, y te busqué con la esperanza de verte en alguna puerta o ventana. Los “no” que me dije a mí mismo impidieron que me anime a preguntarle a alguien si todavía vivías ahí.
Amabas a tu ciudad y la caminabas seguido, por ejemplo por calle Florida, mirando el sol de frente, lo cual te ayudaba a mantener tu bronceado de todo el año, sin depender de camas solares.
Recordabas con respeto, amor y admiración a todos los grandes que conociste. Tenías miles de anécdotas, eras la versión masculina de China Zorrilla. Como aquella que contaste cuando te vi en teatro: estabas con Discépolo en un bar de Punta del Este, y al lado de ustedes, había un hombre que no paraba de gritar y moverse. Ya se ponía molesto, vos te enojaste pero Discépolo se te acerca y te dice, señalando al tipo: “Perdonalo, el señor se acaba de enterar de que es un pelotudo, y lo está festejando.”
¿Cómo no admirarte? ¡Eras la manifestación de tantas cosas que son patrimonio de los argentinos!

Sos una de mis inspiraciones a la hora de hacer humor. Todo un referente. Un maestro. Un grande.
Creo que si hubieras tenido la oportunidad de decir algo respecto a tu muerte, hubieras dicho, con tu habitual humor, lo mismo que dijiste cuando te retiraste de tu carrera: "Prefiero que la gente me diga "¿Osvaldo, por qué te vas?" y no "¿Osvaldo, por qué NO te vas?"
Gracias por habernos brindado tantas cosas.
Gracias por tu memoria prodigiosa.
Gracias por habernos entretenido poniéndole tu cuerpo a tantas historias y personajes a lo largo de 70 años de carrera.
Gracias por las risas que nos regalaste.
Siempre te voy a recordar, como lo hice hasta ahora. Y voy a recurrir a vos cuando necesite inspiración.
Te quiero y te admiro.
Daniel.


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