¿Qué puedo decir sobre ella que no se haya dicho ya?
Mi historia personal con ella arranca más o menos a los 15 años, cuando, en
medio de la gran soledad de mi adolescencia, descubrí a una señora mayor, una
actriz de las de antes, que hacía cosas graciosas. Y a mis 15 años comencé a
buscar cosas sobre ella, a ver sus películas, a guardar los recortes de diarios
y revistas en los que se hablaba de ella. Ella ya casi no aparecía en público,
pero en 1992 fue a recibir el Premio Podestá a la Trayectoria Honorable.
Yo, en mi pueblo, desde un televisor, pude verla reaparecer en público, en un
momento muy emotivo para todos los que estaban ahí, que la aplaudieron de pie.
Desde ese momento mi admiración por ella creció aún más. Fue un duende que le
dio alegría a mis conflictivos días de adolescencia. Otros chicos de mi edad
admiraban a los Gun n´Roses, yo admiraba a Niní Marshall. Este mismo año 1992,
fui con mi colegio a Buenos Aires. En un momento me escapé del grupo y empecé a
preguntar dónde quedaba la
Plaza Vicente López. Sabía que frente a esa plaza, en la
calle Paraná al 1200, -y aunque me costara creerlo-, viví Niní Marshall. Así
fue que llegué a la plaza, la misma plaza donde, en los años 30, Niní se
sentaba a escribir sus libretos mientras su hija Angelita jugaba. Miré una a
una las ventanas donde había gente; por momentos me parecía verla, pero no.
Volví muchas veces a esa plaza; casi no
hay viaje a Buenos Aires en el que no pase por allí.
Pasaron muchas cosas más en todos estos
años. Si bien no pude cumplir mi sueño de conocerla, pude conocer a su hija
Angelita y contarle todas estas cosas. Ella, al ver mi llanto de emoción, me
dijo “Te entiendo, porque ella hubiera reaccionado igual que vos”.
Niní Marshall dejó muchas huellas en mí.
Quizás más de las que me imaginaba en aquella adolescencia. Muchos años
después, me encuentro siendo actor, y dentro de ello, con una gran tendencia,
convicción, vocación y gusto por dedicarme al humor. Quizás en parte sea por
ella. Me gusta pensar que, salvando las distancias, tomo una pequeña posta
dentro del camino que ella hizo en el humor, y en el “humor de autor”, nada
menos.
Hace 15 años que Niní Marshall terminó
su paso por esta vida. Quedan muchas cosas de ella. Su familia, sus películas,
sus programas de televisión y de radio, su informal título de “Madre de los
humoristas argentinos”, y en mí, la belleza de su luz, de su esencia, que me
acompaña en este hermoso camino del teatro. Cada función que hago, sin
excepción, llevo en mi mochila dos fotos. Una, de “Mamamá”, mi abuela materna.
Otra, de Niní Marshall. En algún momento previo antes de salir a escena, en un
ritual íntimo, miro esas dos fotos y me conecto con esos dos seres para que me
inspiren, me acompañen y me guíen durante la función.
La casualidad quiso que hoy, 18 de
marzo, vuelva a subirme a un escenario para la hermosa y difícil tarea de hacer
reír. Voy a estar pensando en usted, Niní, y sé que con su cálida sonrisa me va
a estar acompañando.
Daniel.
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