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sábado, 20 de octubre de 2012

Nochebuena en Marcos Juárez...


 Estaba recorriendo en auto las calles de Marcos Juárez en busca de alguna heladería abierta, tarea en la que no tuve éxito. La Nochebuena pintaba tranquila –como después lo fue, demasiado quizás-, como viene sucediendo desde hace años…
Cuando estaba a punto de doblar la esquina de mi cuadra –esquina donde vivieron mis abuelos- vi que por la calle en que yo venía, iban caminando dos personas. Una vestida de Papá Noel, la otra con un gorro como el de él. El cuadro era lógico en Nochebnuena. Sin embargo, había algo que me llamaba la atención, más allá de lo pintoresco. Estas dos personas no iban por la calle con la actitud que uno supone que tendría alguien que va disfrazado por la calle. No había risa, ni reacciones reprimidas, ni nada. Sólo una conducta sobria de dos personas que van por la calle. Sumado a esto -lo que hacía más llamativo el cuadro- es que el “Papá Noel” caminaba ayudado por un bastón. No sabría determinar la edad de la mujer o joven que lo acompañaba, con ropa común y el gorrito navideño. Yo los miraba desde lejos, viéndolos atravesar la calle perpendicular a mi calle, esa cuadra donde pasé tantas navidades y los primeros 18 años de mi vida. Esa cuadra que hoy no tenía nada de aquellas navidades, por la mesa cada vez más chica, y más aún porque ese mismo día habían debido internar a mi tío, que era el dueño de la casa que nos reunía a todos en aquella Nochebuenas de mi niñez y adolescencia. Así como ese Papá Noel con su acompañante sobria cruzaban mi calle, así también estaban atravesando en ese momento mi vida, mi historia, en ese “aquí y ahora”. Contrariamente a la inercia que hubiera sido esperable, no me detuve en mi casa, sino que di vuelta a la manzana para volver a cruzármelos, tratando de observarlos lo más disimuladamente posible. Repetí esto una tercera vez, pero para entonces, los dos misteriosos seres ya habían desaparecido. Habrán entrado en una casa de la zona. Quizás…
No pude evitar tomarlos en serio a Papá Noel y su acompañante. Ese caminar discreto, ayudado por un bastón, ese aire sobrio que tenían a pesar de sus vestimentas, les daba una gran verosimilitud. Tenían algo de genuino. Y entonces vi otra escena, dentro de la escena de mi Navidad. No digo que haya sido para mí una Navidad-garrón (si algo estoy aprendiendo con los años, es que la felicidad es algo que se construye como con una serie de bloques; a veces desaparecen algunos pero aparecen nuevos bloques con los que se construyen nuevos focos de felicidad. Si se piensa a la felicidad como algo que está sólo en una única sucursal, te condenás a  cierta forma de muerte).
Esa escena dentro de mi escena, que vi tan genuina que pensé: “esto también es la realidad”( no me refiero a una interpretación boluda y superficial al estilo película yanqui, de todo esto que relato). Sino que vi una realidad tan real como la mía, una historia que se cruzaba con la mía, como la calle por la que iban Papá Noel y su acompañante, y la calle de mis primeros años. Ellos con esa aire, atravesaban una escena con muchos silencios y se apoderaban de ella. Soy del teatro y no puedo dejar de ver y pensar todo esto con ciertos criterios teatrales quizás. Y puedo decir con seguridad que esta Nochebuena vi en el escenario de mis primeros años a Papá Noel y su acompañante, muy serios y concentrados yendo hacia quién sabe qué lugar a cumplir quién sabe qué tarea. Y entonces todos mis recuerdos felices, mis duelos ya realizados y mis puntos oscuros se resignificaron por esa noche al verlos a ellos y se volvieron funcionales a esta visión. Fue un regalo de Navidad.




  

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