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sábado, 20 de octubre de 2012

Acerca de “El malentendido”, de Albert Camus


Desde hace varios años, sin proponérmelo, venía “siguiendo” a Camus, encontrando alguna resonancia en mí de eso que nunca terminé de comprender bien pero que se llama “Existencialismo”; y sin ser un gran lector de literatura y mucho menos de filosofía, excepcionalmente leí dos obras de Camus: “El extranjero” y “El primer hombre”. Y después, sin esperarlo ni buscarlo, surgió la posibilidad de hacer “El malentendido”. Siempre resonó en mí ese concepto del “sentirse un extranjero” –creo que pocos seres humanos escapan a esa sensación-. Todos los que vinimos de otros lugares a estudiar a Rosario y luego nos quedamos, nos sentimos un poco extranjeros. Extranjeros acá porque no tenemos pasado, porque esta ciudad no albergó nuestra niñez; extranjeros en el lugar donde nacimos, porque después de tantos años ese ya no es nuestro lugar; tenemos seres queridos, recuerdos entrañables y no tanto, pero sentimos que ya no pertenecemos ahí. El pasado en un lugar, el presente en otro. Descendemos de  inmigrantes; de extranjeros que encontraron aquí su patria. Como mi abuelo Feliu, que se adentraba en las sierras cordobesas juntando piedras, porque eso le recordaba su Cataluña natal. Para él, esa felicidad estaba cargada de añoranza.
  Y también muchos, en mayor o menor medida, nos sentimos extranjeros en este mundo actual, donde es cada vez más difícil vincularse; donde la soledad es inversamente proporcional a la frecuencia con que nos vinculamos a través de los medios virtuales.
 En Camus y sus personajes hay muchas preguntas, hay mucho dolor pero también hay mucha esperanza, porque algunos de ellos buscan una vida distinta. Juan, el hijo que vuelve, busca su patria; Marta, su hermana, busca el mar.
  La madre quizás ya perdió toda esperanza, y hace mucho que se resignó a esa vida gris y sin sentido. Como mucho, lo que puede hacer es acompañar a su hija Marta en sus acciones.
  El criado, ser aparentemente marginal y de perfil bajo, es un testigo lúcido de toda la historia. El silencio le da poder. ¿Quién será este ser? ¿Será lo que muestra o será otra cosa?
  Marta es una asesina que vive en una tierra gris y sin futuro, pero a pesar de eso, con sus palabras terribles pero cargadas de esperanza, muestra su anhelo de conocer el mar, de ir a esa tierra donde el sol lo devora todo. Ese mismo sol que, como Dios, está en todas partes, ese sol que también está en la Argelia de la niñez de Camus. Y el mar, que es a la vez sonido y silencio.
  María, la mujer de Juan, es para él la imagen de la felicidad, de esa vida nueva que él logró construir. Ella es otra voz, es quien intenta sacar a Juan de su obsesión. Pero ella no tiene lugar en ese plan que Juan pensó para el reencuentro con su familia. Juan viene a ocupar el lugar del padre, y en ese deseo, la esposa no tiene lugar.
  Camus fue actor en su juventud, y quizás ponga en los personajes de Marta y Juan sus propias preguntas, sus propios dolores y sus propias contradicciones, y los pone a jugar en esa historia. Él, a pesar de su gran aporte a la literatura y a la filosofía, no fue sólo un hombre de letras, sino que conoció el teatro desde adentro, prestándole su cuerpo.
 Como francés nacido en Argelia (en ese momento colonia francesa), Camus fue un extranjero en su propia tierra. Juan vuelve buscando su patria. No puede ni quiere seguir siendo un extranjero.
  Me siento un afortunado de poder darle voz y cuerpo a ese Juan. El texto que más quiero de mi personaje es cuando le dice a María, su mujer: “Un hombre necesita la felicidad, es verdad, pero también necesita encontrar algo que lo defina. Necesito recuperar mi lugar en este país y reencontrarme con mi familia…”
  Como dice la canción que cantan los personajes:

                                         “Esperaré, porque el pájaro que huye
                                          viene a buscar el olvido a su nido.”

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