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sábado, 20 de octubre de 2012

Juan Carlos Mareco (1926-2009)


 Conductor, actor, cantante, periodista, comediante. Carismático. Pertenecía a una raza cada vez menos frecuente de figuras que pueden hacer de todo un poco, y hacerlo todo bien. Aunque las generaciones más nuevas lo hayan conocido más como periodista o conductor, tenía también grandes dotes de comediante, componiendo varios personajes. Debutó en cine en la película "El otro yo de Marcela", junto a Delia Garcés y Alberto Closas. Acompañó al Topo Gigio en la TV. Y mucho, mucho más. Un pedazo del espectáculo argentino. Sigue viviendo en la memoria de la gente.

El tío Emilio y la Tanta


 Hace pocos días llegó a mis manos una antigua foto de mi tío Emilio. Está muy deteriorada, dado que alguna vez se mojó con agua. Hoy justamente se cumplen 20 años de la desaparición del Tío Emilio.
 En realidad era mi tío abuelo, casado con la tía Luisa (a la que le decíamos “Tanta” por una derivación de “Tante” (tía, en francés), hermana de mi abuela. No tenían hijos.
 El tío Emilio era aficionado a la fotografía y también al cine. Gracias a él, tenemos hoy filmaciones muy antiguas de mi familia, algunas pocas de fines de la década del 30, y otras que van de la década del 40 a la del 60: el casamiento de mi tía Mabel, mi mamá a los 6 o 7 años, las reuniones familiares, y tantos otros acontecimientos.
 La Tanta y el tío Emilio siempre fueron los tíos abuelos que más quedaron grabados en mi memoria; si bien tenía otros tíos abuelos que vivían a sólo un par de cuadras de mi casa, mientras ellos dos vivían en Cruz Alta y sólo los veíamos cada tanto, cuando venían a Marcos Juárez para las fiestas o nosotros íbamos allá.
 Fue justamente en una de esas fiestas -la navidad de 1988- que el tío Emilio me regaló mi primera máquina de fotos, marca Casio.
 Todo se dio porque previamente, yo me había comprado con toda ilusión una máquina de fotos para niños que había salido. Ni siquiera se la podía llamar máquina de fotos, era más bien un juguete que sacaba fotos. Su nombre “Hi Color Micro 110”, era mucho más sofisticado que la cámara, en realidad. Como en ese momento él estaba de visita en Marcos Juárez, le fui a preguntar si sabía cómo funcionaba. Él, quizás conmovido por mi intento de hacerla funcionar, no pudiendo saber si realmente servía, me regaló más tarde la cámara Casio. En esa navidad de 1988 saqué mis primeras fotos, aconsejado por él, y a pesar de mi gran timidez. Esas fotos fueron tambiñen el registro de la última Navidad que la Tanta y el tío Emilio pasaron con nosotros.
 El tío Emilio vivía la paradoja del fotógrafo, la que implica, tener el poder de “congelar momentos”, pero por esa misma razón, no poder quedar incluido en esas mismas imágenes. El tío Emilio era “el hombre detrás de la cámara”, ya sea de fotos, o de cine.
 La Tanta y el tío Emilio fueron ese tipo de personajes de la niñez que uno nunca olvida. En estos días recuerdo con cierta nitidez la voz del tío Emilio, incluso su olor. Tenía cierto carisma, y una forma particular de demostrar afecto. Solía, a modo de caricia, agarrar muy fuerte de la piel debajo de la mandíbula, tan fuerte que dolía, pero él no se daba cuenta.
 La Tanta también es un personaje inolvidable. Siempre tenía algún problema de salud, pero por su forma de ser, era una persona que causaba gracia. La veo todavía en la cocina de mi abuela, a la hora “del te”, preguntándonos a mi hermano y a mí si tomábamos “biscuik” (por “Nesquik”). La Tanta era aficionada a la pintura. Pintaba cuadros al óleo, con una gran paciencia. Creo que al no haber podido tener hijos, ponía en esos cuadros todo el amor y la dedicación que no había podido brindar. Hoy alguno de esos cuadros adorna las paredes de mi casa. Porque sé que en esas pinceladas al óleo que se unen formando paisajes o ramos de rosas está lo mejor de mi tía Luisa. Es su legado.
 Recordarlos a ellos es recordar una parte de mi niñez, cada vez más lejana pero imborrable. Y recordarlos no con nostalgia, sino con alegría, agradeciendo esas huellas que dejaron en mí, esos destellos de alegría.

Niní Marshall, 15 años después


¿Qué puedo decir sobre ella que no se haya dicho ya? Mi historia personal con ella arranca más o menos a los 15 años, cuando, en medio de la gran soledad de mi adolescencia, descubrí a una señora mayor, una actriz de las de antes, que hacía cosas graciosas. Y a mis 15 años comencé a buscar cosas sobre ella, a ver sus películas, a guardar los recortes de diarios y revistas en los que se hablaba de ella. Ella ya casi no aparecía en público, pero en 1992 fue a recibir el Premio Podestá a la Trayectoria Honorable. Yo, en mi pueblo, desde un televisor, pude verla reaparecer en público, en un momento muy emotivo para todos los que estaban ahí, que la aplaudieron de pie. Desde ese momento mi admiración por ella creció aún más. Fue un duende que le dio alegría a mis conflictivos días de adolescencia. Otros chicos de mi edad admiraban a los Gun n´Roses, yo admiraba a Niní Marshall. Este mismo año 1992, fui con mi colegio a Buenos Aires. En un momento me escapé del grupo y empecé a preguntar dónde quedaba la Plaza Vicente López. Sabía que frente a esa plaza, en la calle Paraná al 1200, -y aunque me costara creerlo-, viví Niní Marshall. Así fue que llegué a la plaza, la misma plaza donde, en los años 30, Niní se sentaba a escribir sus libretos mientras su hija Angelita jugaba. Miré una a una las ventanas donde había gente; por momentos me parecía verla, pero no.
Volví muchas veces a esa plaza; casi no hay viaje a Buenos Aires en el que no pase por allí.

Pasaron muchas cosas más en todos estos años. Si bien no pude cumplir mi sueño de conocerla, pude conocer a su hija Angelita y contarle todas estas cosas. Ella, al ver mi llanto de emoción, me dijo “Te entiendo, porque ella hubiera reaccionado igual que vos”.

Niní Marshall dejó muchas huellas en mí. Quizás más de las que me imaginaba en aquella adolescencia. Muchos años después, me encuentro siendo actor, y dentro de ello, con una gran tendencia, convicción, vocación y gusto por dedicarme al humor. Quizás en parte sea por ella. Me gusta pensar que, salvando las distancias, tomo una pequeña posta dentro del camino que ella hizo en el humor, y en el “humor de autor”, nada menos.

Hace 15 años que Niní Marshall terminó su paso por esta vida. Quedan muchas cosas de ella. Su familia, sus películas, sus programas de televisión y de radio, su informal título de “Madre de los humoristas argentinos”, y en mí, la belleza de su luz, de su esencia, que me acompaña en este hermoso camino del teatro. Cada función que hago, sin excepción, llevo en mi mochila dos fotos. Una, de “Mamamá”, mi abuela materna. Otra, de Niní Marshall. En algún momento previo antes de salir a escena, en un ritual íntimo, miro esas dos fotos y me conecto con esos dos seres para que me inspiren, me acompañen y me guíen durante la función.

La casualidad quiso que hoy, 18 de marzo, vuelva a subirme a un escenario para la hermosa y difícil tarea de hacer reír. Voy a estar pensando en usted, Niní, y sé que con su cálida sonrisa me va a estar acompañando.

                              Daniel.


Osvaldo Miranda (1915 – 2011)


 La noticia me puso triste. A los 95 años te fuiste, luego de una vida plena. Eras alguien a quien no sólo admiraba, sino a quien también quería mucho. Y que un artista provoque ambas cosas, no es tan frecuente.
La noticia no tuvo demasiado lugar en los medios televisivos, salvo en los noticieros. Estaban demasiado ocupados en el video clandestino de una mala actriz besándose con un ex funcionario; en un grupo de personas obesas subiéndose a una balanza para ver cuantos gramos habían bajado hoy, o en un grupo de chicos y chicas veinteañeros y lindos hablando de lo que pasa adentro de una casa luego de estar varios meses encerrados, haciendo nada.
Es que hablar de vos es hablar de alguien que empezó de abajo, es hablar de 75 años de carrera artística, es hablar de un “dandy”, un “prototipo del porteño”, algo que está muy lejos de la globalización que hoy padecemos.
Eras la expresión de aquello que vamos dejando cada día más atrás: el talento, el esfuerzo, la trayectoria, la identidad, una forma de vivir, nuestra historia.
Compartiste tu vida y tu carrera con nombres que hoy son leyenda: Florencio Parravicini, Niní Marshall, y tantos otros cuyos nombres en bronce denominan una calle, un teatro o algo más. Estuviste con otra leyenda en los últimos instantes de su vida: Enrique Santos Discépolo, de quien decías que era “Un poco mi padre, un poco mi hijo, un poco mi hermano”.
Eras radical “Pero radical de Irigoyen”, decías.
Fuiste uno de los mejores comediantes que tuvimos; ojalá muchos actores jóvenes vean tus trabajos, son una verdadera enseñanza, tan aprovechable como una clase de teatro. Tu estilo, tu carisma, tu manejo de los tiempos en la comedia, tus matices, tus expresiones, son una lección para todo actor.
Durante gran parte de tu carrera no fuiste “cabeza de compañía”, como se decía antes, pero quizás por esa misma humildad te mantuviste vigente durante tantos años. He escuchado palabras muy afectuosas de gente que te admira, así que se ve que hiciste las cosas bien.
Eras elegante, ocurrente, tanto dentro como fuera del escenario. Tenías ese humor inteligente, sutil, que hoy no es fácil encontrar, haciendo comentarios como:
-     “Yo no sé por qué la gente ahora anda por la calle con esos bolsos tan grandes, que hay que esquivar, sino te tumban. Yo les pregunto: “Perdón, ¿está de mudanza? O me dan ganas de decirles: “La próxima vez que piense en salir a la calle con un bolso así, piense en su madre; que en eso, no lo voy a dejar solo.”
-     “La primera vez que aparecí en un programa de teatro, lo único que había debajo de mi nombre era el nombre de la imprenta.”
Persona o personaje, no lo sé ni importa: tu arte estaba siempre presente.
El grupo "Miranda" se llama así en honor a vos; buscaban un nombre que fuera sinónimo de elegancia y distinción y eligieron el tuyo.

Si bien me queda pendiente el sueño de compartir una charla con vos, pude conocerte cuando viniste a Rosario hace 13 años con una obra de teatro. Saliste del teatro El Circulo y enseguida cruzaste a un teléfono público que estaba frente al teatro para llamar a Amelia, tu mujer, y contarle cómo te había ido en la función.
Aquel momento inolvidable para mí quedó reflejado en una foto que me saqué con vos. Y si bien en ella me cortaron la mitad de la cabeza –riesgos que corremos los altos- sigue siendo un hermoso recuerdo. Aquella mano que me animé a poner sobre tu hombro para la foto, todavía recuerdo el momento. Al igual que con Niní, cada vez que viajé a Buenos Aires pensaba en vos. Hace 3 meses, habiéndome enterado por casualidad de tu dirección exacta, pasé varias veces frente a tu casa, y te busqué con la esperanza de verte en alguna puerta o ventana. Los “no” que me dije a mí mismo impidieron que me anime a preguntarle a alguien si todavía vivías ahí.
Amabas a tu ciudad y la caminabas seguido, por ejemplo por calle Florida, mirando el sol de frente, lo cual te ayudaba a mantener tu bronceado de todo el año, sin depender de camas solares.
Recordabas con respeto, amor y admiración a todos los grandes que conociste. Tenías miles de anécdotas, eras la versión masculina de China Zorrilla. Como aquella que contaste cuando te vi en teatro: estabas con Discépolo en un bar de Punta del Este, y al lado de ustedes, había un hombre que no paraba de gritar y moverse. Ya se ponía molesto, vos te enojaste pero Discépolo se te acerca y te dice, señalando al tipo: “Perdonalo, el señor se acaba de enterar de que es un pelotudo, y lo está festejando.”
¿Cómo no admirarte? ¡Eras la manifestación de tantas cosas que son patrimonio de los argentinos!

Sos una de mis inspiraciones a la hora de hacer humor. Todo un referente. Un maestro. Un grande.
Creo que si hubieras tenido la oportunidad de decir algo respecto a tu muerte, hubieras dicho, con tu habitual humor, lo mismo que dijiste cuando te retiraste de tu carrera: "Prefiero que la gente me diga "¿Osvaldo, por qué te vas?" y no "¿Osvaldo, por qué NO te vas?"
Gracias por habernos brindado tantas cosas.
Gracias por tu memoria prodigiosa.
Gracias por habernos entretenido poniéndole tu cuerpo a tantas historias y personajes a lo largo de 70 años de carrera.
Gracias por las risas que nos regalaste.
Siempre te voy a recordar, como lo hice hasta ahora. Y voy a recurrir a vos cuando necesite inspiración.
Te quiero y te admiro.
Daniel.


Una anécdota familiar


 Ocurrió en el año 1930, y me lo contó una de sus protagonistas, mi abuela. Habían ido de vacaciones de verano a las sierras de Córdoba, y ese día estaban en Río Ceballos. Estacionaron el auto en la calle principal y salieron a caminar por el pueblo. Cuando volvieron, se dieron cuenta que les habían robado algunas cosas que estaban adentro del auto, entre ellas, una cámara de fotos Kodak. Mi abuelo hizo la denuncia a la policía. Al día siguiente, en el diario local, salió la noticia, que empezaba más o menos así: "El señor Valentín Ramírez (mi abuelo), denunció que en el día de ayer, le sustrajeron...". Al final de la noticia, como cierre, el periodista escribió: "LE DEJARON EL AUTO Y TODAVÍA SE QUEJA".

Nochebuena en Marcos Juárez...


 Estaba recorriendo en auto las calles de Marcos Juárez en busca de alguna heladería abierta, tarea en la que no tuve éxito. La Nochebuena pintaba tranquila –como después lo fue, demasiado quizás-, como viene sucediendo desde hace años…
Cuando estaba a punto de doblar la esquina de mi cuadra –esquina donde vivieron mis abuelos- vi que por la calle en que yo venía, iban caminando dos personas. Una vestida de Papá Noel, la otra con un gorro como el de él. El cuadro era lógico en Nochebnuena. Sin embargo, había algo que me llamaba la atención, más allá de lo pintoresco. Estas dos personas no iban por la calle con la actitud que uno supone que tendría alguien que va disfrazado por la calle. No había risa, ni reacciones reprimidas, ni nada. Sólo una conducta sobria de dos personas que van por la calle. Sumado a esto -lo que hacía más llamativo el cuadro- es que el “Papá Noel” caminaba ayudado por un bastón. No sabría determinar la edad de la mujer o joven que lo acompañaba, con ropa común y el gorrito navideño. Yo los miraba desde lejos, viéndolos atravesar la calle perpendicular a mi calle, esa cuadra donde pasé tantas navidades y los primeros 18 años de mi vida. Esa cuadra que hoy no tenía nada de aquellas navidades, por la mesa cada vez más chica, y más aún porque ese mismo día habían debido internar a mi tío, que era el dueño de la casa que nos reunía a todos en aquella Nochebuenas de mi niñez y adolescencia. Así como ese Papá Noel con su acompañante sobria cruzaban mi calle, así también estaban atravesando en ese momento mi vida, mi historia, en ese “aquí y ahora”. Contrariamente a la inercia que hubiera sido esperable, no me detuve en mi casa, sino que di vuelta a la manzana para volver a cruzármelos, tratando de observarlos lo más disimuladamente posible. Repetí esto una tercera vez, pero para entonces, los dos misteriosos seres ya habían desaparecido. Habrán entrado en una casa de la zona. Quizás…
No pude evitar tomarlos en serio a Papá Noel y su acompañante. Ese caminar discreto, ayudado por un bastón, ese aire sobrio que tenían a pesar de sus vestimentas, les daba una gran verosimilitud. Tenían algo de genuino. Y entonces vi otra escena, dentro de la escena de mi Navidad. No digo que haya sido para mí una Navidad-garrón (si algo estoy aprendiendo con los años, es que la felicidad es algo que se construye como con una serie de bloques; a veces desaparecen algunos pero aparecen nuevos bloques con los que se construyen nuevos focos de felicidad. Si se piensa a la felicidad como algo que está sólo en una única sucursal, te condenás a  cierta forma de muerte).
Esa escena dentro de mi escena, que vi tan genuina que pensé: “esto también es la realidad”( no me refiero a una interpretación boluda y superficial al estilo película yanqui, de todo esto que relato). Sino que vi una realidad tan real como la mía, una historia que se cruzaba con la mía, como la calle por la que iban Papá Noel y su acompañante, y la calle de mis primeros años. Ellos con esa aire, atravesaban una escena con muchos silencios y se apoderaban de ella. Soy del teatro y no puedo dejar de ver y pensar todo esto con ciertos criterios teatrales quizás. Y puedo decir con seguridad que esta Nochebuena vi en el escenario de mis primeros años a Papá Noel y su acompañante, muy serios y concentrados yendo hacia quién sabe qué lugar a cumplir quién sabe qué tarea. Y entonces todos mis recuerdos felices, mis duelos ya realizados y mis puntos oscuros se resignificaron por esa noche al verlos a ellos y se volvieron funcionales a esta visión. Fue un regalo de Navidad.




  

Acerca de “El malentendido”, de Albert Camus


Desde hace varios años, sin proponérmelo, venía “siguiendo” a Camus, encontrando alguna resonancia en mí de eso que nunca terminé de comprender bien pero que se llama “Existencialismo”; y sin ser un gran lector de literatura y mucho menos de filosofía, excepcionalmente leí dos obras de Camus: “El extranjero” y “El primer hombre”. Y después, sin esperarlo ni buscarlo, surgió la posibilidad de hacer “El malentendido”. Siempre resonó en mí ese concepto del “sentirse un extranjero” –creo que pocos seres humanos escapan a esa sensación-. Todos los que vinimos de otros lugares a estudiar a Rosario y luego nos quedamos, nos sentimos un poco extranjeros. Extranjeros acá porque no tenemos pasado, porque esta ciudad no albergó nuestra niñez; extranjeros en el lugar donde nacimos, porque después de tantos años ese ya no es nuestro lugar; tenemos seres queridos, recuerdos entrañables y no tanto, pero sentimos que ya no pertenecemos ahí. El pasado en un lugar, el presente en otro. Descendemos de  inmigrantes; de extranjeros que encontraron aquí su patria. Como mi abuelo Feliu, que se adentraba en las sierras cordobesas juntando piedras, porque eso le recordaba su Cataluña natal. Para él, esa felicidad estaba cargada de añoranza.
  Y también muchos, en mayor o menor medida, nos sentimos extranjeros en este mundo actual, donde es cada vez más difícil vincularse; donde la soledad es inversamente proporcional a la frecuencia con que nos vinculamos a través de los medios virtuales.
 En Camus y sus personajes hay muchas preguntas, hay mucho dolor pero también hay mucha esperanza, porque algunos de ellos buscan una vida distinta. Juan, el hijo que vuelve, busca su patria; Marta, su hermana, busca el mar.
  La madre quizás ya perdió toda esperanza, y hace mucho que se resignó a esa vida gris y sin sentido. Como mucho, lo que puede hacer es acompañar a su hija Marta en sus acciones.
  El criado, ser aparentemente marginal y de perfil bajo, es un testigo lúcido de toda la historia. El silencio le da poder. ¿Quién será este ser? ¿Será lo que muestra o será otra cosa?
  Marta es una asesina que vive en una tierra gris y sin futuro, pero a pesar de eso, con sus palabras terribles pero cargadas de esperanza, muestra su anhelo de conocer el mar, de ir a esa tierra donde el sol lo devora todo. Ese mismo sol que, como Dios, está en todas partes, ese sol que también está en la Argelia de la niñez de Camus. Y el mar, que es a la vez sonido y silencio.
  María, la mujer de Juan, es para él la imagen de la felicidad, de esa vida nueva que él logró construir. Ella es otra voz, es quien intenta sacar a Juan de su obsesión. Pero ella no tiene lugar en ese plan que Juan pensó para el reencuentro con su familia. Juan viene a ocupar el lugar del padre, y en ese deseo, la esposa no tiene lugar.
  Camus fue actor en su juventud, y quizás ponga en los personajes de Marta y Juan sus propias preguntas, sus propios dolores y sus propias contradicciones, y los pone a jugar en esa historia. Él, a pesar de su gran aporte a la literatura y a la filosofía, no fue sólo un hombre de letras, sino que conoció el teatro desde adentro, prestándole su cuerpo.
 Como francés nacido en Argelia (en ese momento colonia francesa), Camus fue un extranjero en su propia tierra. Juan vuelve buscando su patria. No puede ni quiere seguir siendo un extranjero.
  Me siento un afortunado de poder darle voz y cuerpo a ese Juan. El texto que más quiero de mi personaje es cuando le dice a María, su mujer: “Un hombre necesita la felicidad, es verdad, pero también necesita encontrar algo que lo defina. Necesito recuperar mi lugar en este país y reencontrarme con mi familia…”
  Como dice la canción que cantan los personajes:

                                         “Esperaré, porque el pájaro que huye
                                          viene a buscar el olvido a su nido.”

Jorge Luz (1922-2012), el mejor actor cómico argentino del siglo XX



Te fuiste sin que pueda cumplir mi sueño de conocerte. Quizás así debía ser. Fuiste el MEJOR actor cómico de la Argentina, no sólo dicho por mí, sino nada menos  que por tu querida Niní Marshall. Pero como no tuviste una vida trágica, no te convertiste en mito. Nadie fue tan versátil, tan completo, igualmente bueno en la tragedia que en el humor. “Los 5 Grandes del Buen Humor”, infinidad de personajes, tus imitaciones inigualables de Tita Merello y Berta Singerman, de la Coca Sarli, y tu inolvidable “Porota”, personaje que me hizo reír como nadie en mi niñez y que 25 años después me sigue haciendo reír a niveles inigualables.
Tu capacidad para componer los personajes más variados, desde un señor guarro a una heroína del cine argentino de la década del 40, tu manejo de los tiempos, tu poder de observación, tu capacidad para imitar. Sos una de mis grandes inspiraciones y uno de esos actores a los que me refiero cuando digo que tuve muchos maestros que no conocí en persona pero de los que aprendí viéndolos en sus películas o programas de TV. Fuiste mucho más grande de lo que pensamos. Tu primera aparición en cine fue como extra en una película de Niní Marshall, inolvidable escena en la que apareces siguiéndola por una playa de Mar del Plata, en 1940. Sos tantas cosas para todos y para mí, que las palabras no alcanzan. Feliz Viaje de Vuelta, como se dice en estos casos, “te fuiste de gira”. Pero voy a terminar con una visión cómica, que es una de las cosas que aprendí  de vos, así que no voy a decir la pelotudez que se dice siempre “está haciendo reír a Dios”; encima de tener que llegar al Cielo, que no sé cuánto trabajo costará, cargarte con la responsabilidad de tener que hacer reír a Dios es cagarte el viaje, así que llegá y arrancá con perfil bajo, reencontrándote con tu hermana Aída, con Niní Marshall, con tu querido Cecilio Madanes y con los que tengas ganas de encontrarte. Con los otros no, ya por compromiso uno hace demasiadas cosas en la tierra, aprovechá la eternidad de otra manera. Si podés averiguá si French y Berutti eran pareja, siempre tuve la duda, andaban demasiado tiempo juntos.

Escribe Maritriz de Jaén


Es mi prima andaluza, con la que estuve hace poco en Sevilla.
“Hola primo de las América. Como estoy enterá que por allí están cerca de la primavera, y como sé bien que son época en que a la persona nos agarra así como una avidé de afecto, una avidé de sastifacé la hormona que en esta época se ponen como una moto, que eso lo sé bien yo, que a mí cuando me pasa, se me cruza un chaval y no se me escapa ni con alas, más con los calore que hacen aquí, que eso tú lo has pasao cuando estuvistes. Os deseo que tós tengái palenque ande rascarse, como decís vosotros, para que podái retozá en los parque, acariciá una mano cálida, miraro a los ojo y amaro mutuamente, que este tipo de mutualidá en el amó es meno burocrática que la de las obra sociale. Ya sé que la época es difícil pa´los vínculo, hasta pa´las amistade está difícil. Ay, Dios mío de mi alma, si padeceré la precariedá de los vínculo! Tanta virtualidá y curtura de la imagen, tanto consumo, que nos parecemo cada vez má a una planta! Y ni siquiera, porque la planta se vincula con los pajarillo que se le posan en la rama, y con los perrillo que las eligen pá levantá la pata y mostrarle sus parte íntima. Pero vorviendo a lo que iba, que no me quiero poné yo quejosa. Ya sea pa´l amó o pa´el tole tole, os deseo que esta primavera os coja en compañía de alguien, que los primero aire de la primavera, cuando tó huele a azahare (bueno, en vuestro caso, a jazmín del Paraguay y magnolia), esos primero aire son más bonito cuando son cuatro fosa nasale las que se lo disputan y no dó. Un abraso pá tós los argentino! Anda que es bonito tu bló, guapo! Que te cunda!!