Hoy se cumplen 10 años de la muerte de Tita Merello. Una vida
de leyenda. Carismática, ácida, tierna, inteligente, jodida como pocas. Una personalidad
difícil, un talento grande. Todo explicable por una infancia dura, que conoció
el hambre y la soledad. Y desde entonces, los golpes que recibió la convirtieron
en lo que fue y es. Desde dormir en un banco en Plaza Lavalle a su amor que se
volvió imposible, Luis Sandrini, el amor de su vida. Parecía eterna. Y no
estuvo tan lejos de serlo, dado que vivió 98 años. Quizás no fue casual que se
fuera de este plano justo un 24 de diciembre, ella que convivió tanto con la
soledad. Soledad que comprendo y de la que me doy una idea, conociendo su
difícil historia. Y como contrapartida, ese humor que tenía, que no le debía
envidiar nada a los capocómicos. Un par de ejemplos:
Tita (a los 90 años): “Bueno, y ahora me voy porque tengo
pileta”
Entrevistadora: “¿Pileta?”
Tita: “Sí, dejé ropa en jabón.”
Otro ejemplo:
Entrevistador: “Tita, cuándo te diste cuenta que eras
famosa?”
Tita: “Cuando me empezaron a fiar.”
Aprendió a leer a los 20 años.
En los 80 aconsejaba a las mujeres: “Muchachas, háganse el
papanicolao”.
Solía decir: “Uno esconde la ternura.”
Es difícil separar la persona del personaje que eligió o no tuvo
más remedio que representar en esta vida.
Persona/personaje de mi niñez y adolescencia, a quien busqué en algún viaje a Buenos Aires en mi adolescencia, en la calle Rodríguez Peña, donde ella vivía, soñando con verla.
Hay gente que deja una huella.
Tita Merello. Tita de Buenos Aires.