Hace hoy un siglo, moría mi bisabuelo Luis Bizet. Momento dramático en mi familia, determinó un cambio en su historia. Mi abuela me contó la historia -la parte feliz y la parte triste- de aquella epoca de su vida. Luis había emigrado desde Francia a fines del siglo XIX. Tenía título de maestro, profesión poco frecuente en la época. Pero él eligió trabajar en el campo. Luego de la jornada de trabajo daba clases a la familia de su patrón. Cuando éste se fue a Francia por un año -epoca de la Argentina granero del mundo- le dio un poder para administrar su campo, tal era la confianza que le tenía. Poco a poco Luis ahorró lo suficiente como para comprar 100 hectáreas de campo en Villa Maza, en el limite entre Buenos Aires y La Pampa. Allí se fue a vivir con mi bisabuela, Francisca Reybet. Todo estaba por hacerse; tan incipiente era todo, tan inhóspito era el lugar, que mi bisabuela fue la primera mujer que bajó del tren en la estación Murature, cerca del campo, en 1907. Su madre no logró persuadirla de quedarse en Cruz Alta, con el resto de la familia. Hasta llegó a enviarle una carta donde le ofrecía adelantarle su parte de la herencia. Francisca contestó enviando nuevamente esa misma carta a su madre. Mi abuela, la primera hija de Luis y Francisca, me contaba sobre su infancia feliz en campo. Era zona de médanos. Si los animales hacían hoyos en la tierra, mi bisabuelo debía taparlos para evitar que se formen nuevos médanos. Cuando tomaban sopa, en el fondo del plato decantaba la arena. Mi abuela tenía un zaino con el que recorría el campo y si veía un hoyo en la tierra le avisaba a su papá.
En enero de 1920, Francisca y sus hijas -mi abuela y mi tía Luisa- se encontraban en Cruz Alta visitando la familia. Luis permaneció en Maza, trabajando. Contrajo el carbunclo, una enfermedad de los animales. Su estado comenzó a empeorar, y su familia se hallaba lejos. Envió dos cartas a Francisca pidiendole que regresen tan pronto como puedan. Pero las comunicaciones -el correo - tenían su tiempo, y el de la enfermedad fue más rápido. Llegaron a colocarle una vacuna, pero al parecer estaba vencida. Falleció el 31 de enero, día trágico para las familias Bizet, Reybet y Vattier, porque ese mismo día fallecía en Cruz Alta, a los 13 años, María Rosa Vattier, hija de Carolina, hermana de Francisca.
Al duelo se sumaba el no haber podido estar junto a Luis al momento de su muerte, lo que habrá hecho más difíciles aún las cosas. Mi abuela tenía 11 años, si hermana 6.
Mi bisabuela, sola y con dos hijas pequeñas, no tuvo más opción que vender todo y regresar a Cruz Alta con su familia.
Mirando los hechos en su totalidad, veo a un hombre y una mujer que tomaron decisiones apostando a un proyecto de vida, aunque éste se haya truncado de esta manera. Luis eligiendo las labores del campo por sobre la docencia, y Francisca -con lo que implicaba para una mujer en aquella época - yendo a vivir a un lugar hostil en el que todo estaba por hacerse.
Mi abuela me contó las alegrías y las tristezas de aquella etapa. Yo, callado, escuchaba, y prestaba especial atención a sus ojos marrones mientras evocaban. Aquellos instantes tienen sabor de eternidad; una eternidad que durará, al menos, mientras yo viva para recordarlo.
Mi bisabuelo y yo nacimos el mismo mes y el mismo año, el 76, pero con un siglo de diferencia. Por lo tanto tengo en este momento la edad que él tenía cuando falleció.
Cuando, muchos años atrás, mi abuela redujo los restos de su padre y lo trasladó del cementerio de Cruz Alta al de Marcos Juárez, le quedó la placa que tenía su féretro. Y como tantas cosas de la familia, vino a parar a mis manos. Decidí que ya era momento de desprenderse de ella, de terminar de cerrar de alguna manera esa historia. La enterré en el lugar adecuado, para que vuelva a la tierra, y sobre ella planté un arbusto de flores amarillas, que eran las que le gustaban a mi hermana. De manera que con aquel ritual también realicé un hecho poético; la placa nutrió la tierra y esas flores amarillas que son vida y alegría.
Mucho de los mecanismos que pongo en movimiento a la hora de escribir me vienen de mis ancestros de este lado de la familia.
Hace muy poco tiempo, llegó a mis manos la alianza de casamiento de mi bisabuelo Luis. Una vez más, un objeto que encierra la historia y me lleva a compartir la vivencia de mis antepasados.
Sirvan estas palabras como un homenaje a mi bisabuelo Luis Bizet a 100 años de su partida, y como una hoja más en el borrador del libro que estoy escribiendo sobre las historias de mi familia.
Esta triste historia la escuche muchas veces de parte de mi amada suegra Susana que a la sazón tenía 6 años pero relataba con claridad los meses vividos en Morature , me tomaré el atrevimiento de copiar esto para legar a mis nietos - Gracias Daniel amo tus historias
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