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martes, 4 de agosto de 2015

En Villa Maza.


Es de noche, el viernes 17 de julio de 2015 cuando desde la ruta comienzan a verse las luces de Villa Maza. El camino se hace visible apenas unos metros hacia adelante, adonde alcanzan las luces del auto, antes de ser devorado nuevamente por él. La imagen del camino, las luces del pueblo a lo lejos cada vez más grandes y el silencio, que el sonido del motor hace más notorio, completan el cuadro. Y yo en medio de él.
Hacia la izquierda se empieza a ver el cartel que marca la entrada a Villa Maza, el nombre del pueblo escrito con letras blancas de cemento, nueve letras detrás de las cuales hay contenidas tantas cosas, una densidad de palabras y emociones, más de un siglo de historia familiar.
Ya estamos en el pueblo. La noche fría, las casas iluminadas por las luces de la calle. La plaza, la misma plaza que está en tantas fotos acumuladas a lo largo de la vida.

¿Qué es lo que me trae a estos lugares? ¿Qué fuerza me convoca, me lleva a ellos? Pura espontaneidad, quizás, del devenir de la vida y la convivencia con gente como mi abuela. Los lazos que se crearon y los que no se crearon. Todo parece un juego de opuestos, que a veces se equilibran, otras veces predomina uno sobre el otro. La muerte y las historias de vida. El presente y el pasado. Un itinerario, una sucesión de lugares donde vivió y trabajó mi bisabuelo, y también los preparativos para una fiesta de 15, y el cotillón sobre la mesa, los anillos con luces de colores intermitentes. Una fiesta de cumpleaños, algo tan vivo, tan pleno, tan presente y tan fugaz, en ese lugar cargado de historia. Un presente, éste, pleno de aquí y ahora, y el volver 100 años atrás.
Ciertas plenitudes, como estos momentos. La ocurrencia, provocar la carcajada, el alfajor santafesino y el pulgar de Justina mostrado a mí en señal de aprobación de mi dulce regalo, y yo como huésped, y aquel pasado que me lleva a este presente, con cálidos anfitriones, y que no es sólo pasado sino vida, plenitud del presente.
Y que estoy en Villa Maza, Villa Maza. Años escuchando sobre ella y hoy estoy acá. Hoy Villa Maza es acá. Y la atmósfera, y ese aire suspendido en el espacio pero no en el tiempo, ese aire transitado por mis ancestros. Y mi abuela de niña, y los festejos de los franceses y su padre que la subía a un carro desde el cual ella recitaba, y ella, la niña que recitaba, contándome ese episodio tantos años después. Y la mejor imagen sensorial de lo paternal, una imagen que transcurrió aquí, a pocos kilómetros, en campo. Mi bisabuelo Luis llegando de la cosecha, de largas jornadas de trabajo que no podía esperar, con la barba larga por falta de tiempo hasta para afeitarse; él poniendo a mi abuela en su regazo y mi abuela calentándose con la barba de su padre. La barba que da calor, el símbolo del hombre-padre, el amor entre padre e hija, y la ternura, y la muerte que los separó después, y la vuelta de esa imagen tan potente que desafió un siglo de olvido.
Mi llegada y mi encuentro con la familia, esa familia del presente que viene de aquella familia del pasado, el saludo a todos, y la hija de mi primo Federico que me pregunta “Vos sos el de la propaganda?” “Sí, soy yo.” “¿Sos actor?” “Sí.” Y enseguida busca en internet mis publicidades, y las vemos todos, mi plenitud en ese aspecto de mi vida, “¿Y ese soy yo?” me pregunto a mí mismo. “Sí, sos vos Daniel”. Y mi contemplación de ese momento, saborearlo, y mirá lo que son las cosas, y la maravilla de mi oficio, estoy en Villa Maza, la primer patria de mi abuela, rodeado de objetos, fotos, papeles del tío Honorio, cosas de la época de mi bisabuelo y mi abuela, y estamos todos convergiendo en el monitor con nuestras miradas en las publicidades. Y yo aquí con mi presente pleno en ese aspecto de mi vida y a la vez tan inmerso en la historia familiar.


























En Trenque Lauquen el 17 de julio de 2015.


Un viaje a la historia, a uno de los tantos orígenes de la historia familiar.
Dos carpetas con fotos, fotocopias y anotaciones de historias relatadas por antepasados.
En el campo antiguamente llamado “La Clotilde”, donde mi bisabuelo trabajó allá por 1906. Casco con casa original, paredes de ladrillos pegados con barro, techo de chapa a dos aguas, galería.
Piso de mosaicos con figuras geométricas, piso de pinotea.
Revoque caído y revoque que resiste, que evita transformarse pasado, en el límite entre la pared y el olvido.
Ladrillos que deja ver el revoque que sucumbió.
Puertas, ventanas.
Alambrados.
Plantas centenarias.
Caminos.
Montes.
Pasado y presente.

Acercarme a los lugares que transitaron mis ancestros. El silencio, el monte y el viento, actor importante en ese juego con la naturaleza. Las anécdotas brotan como el agua; los datos, el esfuerzo para retenerlos. Acercarse y alejarse. Historias de vida y de muerte. La vida está llena de contrastes.