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lunes, 28 de enero de 2013

Un encuentro con un soldado de la Falange española


Con 94 años, es uno de los habitantes más longevos del pueblo natal de mi abuelo, en Cataluña, y uno de los pocos contemporáneos a él que todavía quedan, dado que mi abuelo emigró de allí hace 80 años, en 1932.
Me lo había cruzado unos días antes, me había presentado y le había dicho de quién era nieto, le había preguntado si lo había conocido o si sabía algo de él. Me dijo que no, que no sabía o no recordaba nada.
Días después me lo volví a cruzar, y con ayuda un familiar mío, le volvimos a preguntar sobre mi abuelo. Su respuesta volvió a ser la misma. Pero mi intuición, algo al observarlo, me decía que no era así. No era la conducta de alguien que no sabe o no puede recordar, a su pesar. Parecía más que no quería hablar ni recordar. Enterado por mis parientes, y comprobado por mí después, resultó ser que este hombre y mi abuelo eran ideológicamente opuestos. Mi abuelo, según todo indica, era anarquista, y este señor era franquista; había luchado para la Falange (partido español de ultraderecha) durante la Guerra Civil Española. Y de eso se acordaba muy bien, porque comenzó a contar su experiencia en la guerra con tanto detalle que volvía más extraño que de mi abuelo no se acordase nada.
La historia de la Guerra Civil, por alguna razón que desconozco o que apenas intuyo, resuena mucho en mí. Como si de alguna manera directa yo hubiera estado involucrado en ella. Mi abuelo no la llegó a padecer, emigró unos años antes. Tampoco sé de ningún familiar más o menos cercano que haya padecido sus consecuencias, aunque estando allí me enteré, por ejemplo, que el primo de mi papá que me hospedó, se salvó junto con su madre de milagro de una bomba que estalló cerca de ellos. Pero por alguna razón yo, de alguna manera, padecí esa guerra, y no es para mí una historia meramente escrita o ajena. Entre sus recuerdos de soldado, el señor de 94 años me contó que después de una batalla, quedó gente del bando contrario malherida, agonizando, varios de ellos conscientes. Él se interesó por preguntarles a estas personas agonizantes, sus nombres y de dónde eran, para ocuparse de comunicárselo a la familia y que al menos supieran qué fue de ellos. Un gesto que cuando lo relataba se veía humanitario, aunque no veía yo en su relato un cuestionamiento acerca esa situación, de las causas de esas absurdas batallas en las que ellos terminaron sus días. Él era partidario de Franco; a pesar de eso traté de escuchar su relato sin interferir y dejar que me cuente su experiencia, que me interesaba mucho a pesar de no coincidir con él (y tener ganas de contestarle más de una vez.) Y a pesar de lo doloroso que me resultaba el relato (doloroso para mí, para él creo que no, al menos en lo que a las víctimas de esa batalla se refería), me sentía privilegiado y agradecido de esa oportunidad de tener una versión de un episodio de la guerra civil española de parte de alguien que la vivió. Me permitió acercarme más e intentar comprender un poco mejor, esa absurda guerra entre hermanos, que tanta muerte, tanto dolor trajo a todos los bandos. Y también comprendí mejor por qué este anciano de 94 años con el que en el año 2012 yo me encontraba hablando, ese soldado que luchó para la Falange en los años 30, decía no acordarse de mi abuelo, del que según se cuenta, alguna vez arrastró el cuadro de Primo de Rivera (el dictador previo a Franco) por las calles del pueblo. Ambos habían elegido caminos diametralmente opuestos, y la memoria a veces se vuelve selectiva, niega o calla aún después de 80 años, cuando debería resultar inofensiva, más si se trata de compartir con un nieto lo que se recuerde de la historia de su abuelo. Pero en esa negación a contar y recordar 80 años después estaba intacta esa brecha, ese espacio entre dos caminos ideológicos opuestos, ese espacio virtual que luego se convirtió en campo de batalla.